13 de septiembre de 2010

Idus de Septiembre V


Esta es la situación: J se ha apoltronado en la oficina de su padre durante más de una hora queriendo escribir algo o leer algo, pero no ha hecho nada más que mirar el monitor de su computadora. Es de noche y los ruidos nocturnos lo estremecen. Le hacen temer un poco. Es absurdo, piensa, que tema a los ruidos nocturnos. Hace bastante tiempo que dejó la infancia, hace bastante tiempo de eso, se repite continuamente. Pero teme. Teme esa soledad que anuncian los escapes de los coches y los trailers, esa soledad que anuncia la marquesina de neón del bar de enfrente, esa soledad de las cervezas frías. No estaría mal bajar por una. No estaría mal bajar y beber un par de tragos para hacer posible lo imposible, se dice a sí mismo.
J no puede dormir. El insomnio lo cogió por sorpresa y creyó provechoso adelantar algunas lecturas, algunos textos que debe entregar, pero le ha sido imposible concentrarse. Debería bajar al bar, piensa, debería. Sabe que quedarse en la oficina por más tiempo es pensar en ella, creer que debió llamar, soltar sus amarras, dejarse llevar por la olas de lo imprevisible. Solo llamar, dejar su orgullo de lado y llamar. Eso debió hacer. Llamar.
A lo lejos un perro ladra y lo saca de su ensimismamiento. Mira la oscuridad de su monitor. Debería bajar al bar. Lo sabe. No temer a la noche. No temer a quedarse solo en cama durante la noche. El Príncipe lo sabe muy bien. Él sabe muy bien qué es dormir solo durante la noche junto a las fieles almohadas. Así que debería bajar al bar. Bajar, beber un par de tragos, poner algunas canciones del Principe o de José Alfredo, y llamar. Seguro. Eso debe hacer. Pero por eso mismo sabe que no debe hacerlo, aunque debería. Debe temer a la noche.
Los idus no deberían ser funestos, recuerda. No deberían en verdad ser funestos. Los idus deberían ser fechas de buen augurio o una fecha más, sencillamente. Una fecha cualquiera. Una fecha viva, claro, pero no aciaga. Los asesinos de César tienen la culpa. Aunque luego del crimen ellos también debieron temer a los idus. Ahora él, J, también los teme aunque no sea Marzo ni quince el día. Da igual. Los teme. Su reloj de pulsera dice que han comenzado los Idus de Septiembre y los teme. Quizá por eso esta noche se ha puesto inquieto. No es la luna o los ladridos de los perros o la soledad que lo atenaza desde el fondo de las horas. Son los idus. Y quizá por eso no baja al bar y decide llamarla. Quizá sea por eso. Teme a los idus. Se debe temer a los idus, eso dice el adagio, aunque sea Septiembre y no Marzo, aunque sea trece y no quince. Esta noche no irá a ninguna parte.

2 comentarios:

LSz. dijo...

Inmóvil. Na. J hubiera ido por un whisky. Aeguro el sueño llegaría.

Joaquin dijo...

Pero ni los whiskies ni la cerveza podrán evitar que los Idus caminen por las sombras. Ese temor a la soledad o al temor mismo, nos tendrá amarrados. Hay que romper los Idus, destrozarlos. No sentir el placer disfuso de bañarse en la desdicha propia, aunque ésta no tenga nombre.Pero es el origen de un texxto bello y lleno de sentido.