3 de mayo de 2011

Volver nunca es del todo lúcido

Llegó al bar a eso de las diez, se sentó en un banquillo y pidió una corona; observó el frente con una mirada vacía, vaciada de lo que en otros ojos se podría llamar esperanza o cualquier otra cosa con sabor a destino. A ratos se le veía fastidiar las corcholatas de la barra mientras su cerveza se le deshacía entre los dedos; en otros, beber con tal fuerza que al mismo tiempo parecía engullir la vitalidad del mundo, de nosotros, espectadores.
Me levanté de la mesa y fui a su encuentro para hablarle, para decirle unas cuantas palabras. Era lamentable verlo en el abismo porque su ruina reflejaba lo que uno nunca se atreve a hacer con su vida. Era preciso terminar con aquel drama, con esa lágrima contenida, antes de que todo aquello terminase con nosotros. Pero aquel hombre no era igual a nadie que hubiese conocido. La cadavérica figura de sus ojos enmudeció mi lengua. Y sólo pude ver en ello mi profética desgracia, solo pude ver lo patético de mis pretensiones. ¿Era él o yo quien se derrumbaba? No lo podría decir con certeza. No lo podría decir ahora o después. A veces uno desea demostrar su valor con bravuconadas tales como invocar a la muerte. Sí, invocar la repentina destrucción de lo que se es para decir: "fue posible volver al igual que Lázaro". Pero la belleza del apocalipsis es terrible y ese hombre así lo fue para mí.
Ahora vago de ciudad en ciudad, de barra en barra, apenas reconociendo las calles, apenas reconociendo la niebla que asciende por los tejados y se tiende contra las nubes como lo haría un cadáver sobre la plancha de operación, apenas despierto al ir por la noche mientras consumo lentamente el alcohol de mis venas, la hermosa piedad de las horas. 

3 comentarios:

LSz. dijo...

Pareciera que estuviésemos leyendo al mismísimo Couto Castillo!!!

José Antonio dijo...

eeaaa!!

Nena dijo...

Me encantó!!
Es genial José A. !! :))
Atrapa desde el inicio :)