12 de octubre de 2011

Aquella primavera

De los pequeños poemas japoneses uno de mis favoritos es, sin duda, un tanka o waka, composición de cinco líneas de cinco y siete sílabas, atribuido a Ariwara no Harihira en donde se evoca cierta primavera. Al parecer, si no me equivoco, el tanka se encuentra dentro de la obra ""Ise Monogatari" (Los cuentos de ise) El poema es de una hermosa y devastadora brevedad:
Aquella luna
de aquella primavera
no es ésta ni es
la misma primavera:
Sólo yo soy el mismo. 
La luna y la primavera, después de una segunda mirada, no son las mismas: han cambiado. El poema declara en cinco versos la mutabilidad del mundo. Todo cambia de un momento a otro. Todo excepto el hombre. ¿Se habrá equivocado el poeta en el último verso? 
A finales de la primavera del 2008 este poema resonaba de manera especial en mi memoria. Por diversas razones yo caminaba en aquella época dando tumbos por las calles de Madrid. Hago un repaso y me veo frente a la Basílica de San Miguel en la calle de San Justo, con cierto aire de tristeza. A la distancia sé que aquel caminar equivalía de alguna manera a una despedida: nunca volví. Lo sobresaliente es saber que en ese sitio recordé el tanka de Ariwara no Harihira y me apresuré a escribirlo en mi libreta. Sin embargo lo recordé mal, escribí:
Aquella luna
de aquella primavera
no es ésta ni es
la misma primavera:
ni yo soy el mismo.
¿Feliz hallazgo? En mi versión todo transcurre, incluso el hombre. Esto me inquietaba. A pesar del esfuerzo del hombre por recordarlo todo, su vida era siempre otra. También me aterraba el hallazgo porque confirmaba lo que suponía: jamás volvería a aquella primavera aunque volviera a la misma calle, aunque de igual manera hiciera viento y fuera medio día y otra vez hallara pétalos de rosa de otra boda. En ese instante la certeza de que el tiempo jamás se detenía como la misma corriente del Tajo me golpeó de una manera terrible. 
También recuerdo haber escrito ciertas impresiones en mi libreta, haber dibujado la fachada de la iglesia e intentar un poema. Recuerdo no haber tomado las fotografías de rigor para forzar el anclaje de aquel tiempo en mi memoria.
A la distancia releo el poema en la versión de Octavio Paz y me doy cuenta del error cometido en el último verso. Sin embargo pienso que en el original, o en la traducción, ya estaba contenido el desasosiego. La luna y la primavera cambian porque el hombre mismo cambia. 
En otro tanka Ariwara no Narihira escribe con cierta resignación: 
Siempre lo supe:
el camino sin nadie
es el de todos.
Pero yo nunca supe
que hoy lo caminaría.  

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